Por Juan TH
Este tiene que ser uno de los pocos países del mundo en donde todo lo que está prohibido, está permitido o se permite. El mejor ejemplo es el tránsito, tanto urbano como interurbano.
Y lo peor: ¡No hay consecuencia alguna para los infractores de las leyes!
La George Washington es una de las principales vías de Santo Domingo, donde, más de una ordenanza emitida por la Sala Capitular, ha prohibido o regulado el tránsito de los vehículos pesados. Sin embargo, ninguna de las medidas adoptadas por las autoridades se ha cumplido. Tampoco, nadie las hace cumplir.
(Siempre he creído que la George Washington, El Malecón, ha debido honrar a la orden religiosa de los Dominicos por haber pronunciado el Sermón de Adviento, el primer grito en defensa de los derechos humanos de América, o Enriquillo, el primer guerrillero del continente, incluso, Francisco Alberto Caamaño, del mismo modo que la estatua de Cristóbal Colón, asesino y ladrón, en el parque que penosamente lleva su nombre en la Zona Colonial, debió ser derribada o modificada quitando la imagen de la heroica y mártir Cacique Anacaona, condenada a muerte por los “descubridores” de América que en apenas 30 años aniquilaron a los aborígenes que poblaban la isla)
Al revés
Este es un país al revés, de bizarros. Las principales avenidas de Santo Domingo llevan los nombres de dictadores, invasores, traidores, asesinos, canallas y ladrones, dominicanos y extranjeros. (El complejo de Guacanagarix, que privilegia todo lo que es extranjero en desprecio de lo nativo, forma parte de nuestra cultura, como en México, con la maldición de Malinche)
Retomo el tema objeto de este breve artículo: Los vehículos pesados en el Malecón, que contaminan, estropean la vía y entaponan toda la zona. Los dueños de los camiones, patanas y otros vehículos pesados, constituyen un verdadero peligro.
A los “camioneros” se les construyó una vía alterna para que no usaran el Malecón. Sin embargo, no usan la circunvalación porque no “les da la gana”, o porque resulta más costoso en tiempo y combustible. Son dueños de las calles, las carreteras y las avenidas.
No tienen día, horario, ni reglamentación. Se estacionan donde quiera o como quieran. Son los “matatanes” de las carreteras. Hay que verlos “volar” en las carreteras. Andan como la “jon del diablo”, rebasando, cambiando de un carril a otro sin importarles a quien atropellan o matan en los “monstruos” que conducen. Nadie los detiene, andan armados, incluso con armas automáticas.
A los vehículos pesados, con dos y tres ejes, que utilizan las grandes empresas para economizar combustible y pagar un solo conductor, nadie les revisa el peso de lo que transportan; ninguna autoridad “chequea” los neumáticos, que van dejando pedazos de caucho en las calles por su deterioro de tanto uso.
La mayoría de los conductores de vehículos livianos tienen los cristales rotos por los camiones de los depredadores de los ríos, que transitan por las carreteras (sobre todo del Sur) sin ninguna lona o algo que los cubras.
Desastre
No es casual que este sea el primero o el segundo país en accidentes de tránsito en el mundo. El costo en salud pública es muy grande. Al caos de los vehículos pesados, de los autobuses, las “voladoras”, las chatarras del concho; agregue alrededor de cuatro millones de motociclistas, sin matrícula, licencia, seguro, ni cascos protectores. Un verdadero desastre. Y lo peor, sin ninguna autoridad.
Los semáforos no se respetan. Ese es el único país del mundo donde la luz amarrilla significa: “¡Acelere!”. Las intercepciones las cierran los propios conductores. Las señales de tránsito, ni los carriles se respetan. En materia de tránsito urbano e interurbano, no hay ley, no hay reglas, no hay restricciones, no hay autoridad. No hay consecuencias. Ese es el tema.
El presidente prohibió, mediante decreto, que los funcionarios, salvo los que tienen autorización por ley, no usen sirenas en sus vehículos, ni franqueadores. Pero nadie lo respeta. (Parecemos animales, bestias peludas conduciendo en ciudades cada vez más peligrosas e inhumanas)
Frecuentemente vemos que los agentes Motorizados detienen el tránsito en los semáforos para que pase un funcionario de primera, segunda y tercera categoría, la esposa, los hijos, personal de servicio, y las amantes. Ellos no sufren los insoportables taponen que se producen, todos los días, a cualquier hora, en Santo Domingo, Santiago y las demás ciudades del país.
No hay políticas públicas frente a un problema tan serio, que cuesta tantas vidas, como el tránsito terrestre de la República Dominicana.